La Vuelta a América 2: Tierra de contrastes

 

La Ciudad del Pecado y su infierno. El calor sofocante aumentó hasta que el termómetro de la BMW F800GS marcó más de 45 grados. Al levantar la visera del casco entró un chorro de aire tan caliente que parecía el soplo de un sauna. Se sentía más “frescura” con el casco cerrado que abierto.
El desierto de Mojave nos recibió con una luz deslumbrante y con destellos en el pavimento que parecían grandes charcos. El espejismo se desvanecía mientras avanzábamos por esas extensiones de terreno que parecían no llevar a ningún lado. Habías señales viales que indicaban ¡el cruce de tortugas! Nos estábamos deshidratando y la próxima gasolinera donde podríamos tomar agua estaba a 120 km.
Cuando llegamos a Las Vegas el calor no había disminuido, decidimos resguardarnos en el hotel y esperar a que se ocultara el sol. En la madrugada todavía estábamos a 30 grados, “la Ciudad del Pecado” llena de luces, gente, juego, movimiento y bullicio nos advertía: esto es el infierno.
La silueta del Pacífico y los Redwoods
Conforme nos acercábamos a la costa el clima mejoraba. Tras cruzar una zona montañosa llena de viñedos vislumbramos el azul profundo del Océano Pacífico. En la playa se veían leones marinos y muchas aves surcando el cielo. Algunos motociclistas consideran que la carretera 1 de California es la mejor ruta costera del mundo, es probable que lo sea por la infinidad de curvas que tiene y porque sus paisajes idílicos combinan armónicamente el mar con la montaña. Como en una danza inclinábamos las motos al ritmo de la brisa.
En San Francisco lo primero que hicimos fue ir al Golden Gate. Cruzar el puente en las motos es una experiencia muy gratificante, como también lo es manejar junto a los tranvías por las avenidas que son subibajas o por la calle Lombard con forma de serpiente. Salimos de California por el bosque de los Redwoods, ahí donde la carretera queda devorada y protegida por sus guardianes gigantes. El tamaño de los sequoias hace ver diminutas las motos.
Los glaciares y el Territorio Yukón
Una advertencia se hacía cada vez más frecuente: cuidado con los osos y la vida silvestre. Antes de rodar por una carretera emblemática, la “Going to the Sun” en el Parque de los Glaciares, un guardabosques nos comentó que habían habido dos accidentes fatales en los que las familias que viajaban en sus camionetas habían perdido la vida. También los osos contra los que chocaron murieron. La recomendación era simple: no manejar con exceso de velocidad. Para motociclistas mexicanos como Lalo y yo, que no estamos acostumbrados a que en la carretera se atraviesen con frecuencia osos, ardillas, conejos, venados, cabras, búfalos, alces, renos, lobos, zorros y puercoespines, la advertencia la tomamos en serio. Bajamos nuestra velocidad.
En Canadá tuvimos una sensación extraña: el paisaje se amplificó y cada vez había menos gente y menos infraestructura. En Calgary hicimos el servicio de los 10 mil km y pusimos las BMW a punto, nos preparábamos para atravesar el Territorio Yukón.
El Yukón te abraza de verde con una soledad infinita, con un paisaje hermoso e ilimitado que rebasa el alcance de tu vista. El camino está bordeado por dos barreras gigantescas de bosque. Sólo hay belleza y una soledad enorme que te empuja hacia lo más profundo de tus pensamientos, una soledad que te hipnotiza y te deja desnudo frente a la naturaleza. Los pensamientos se desvanecen, comienzas a ser simplemente sensación, no hay ideas, sólo sientes cómo te fusionas con el paisaje, con el clima. Estás en armonía con el universo… De repente, de forma súbita, y como si fuera el despertar abrupto de un sueño, ¡aparece un búfalo cruzando la carretera! Antes de que lo pienses, en un instante tus reflejos accionan los frenos y tu cuerpo balancea la moto buscando librar al obstáculo en movimiento. Así, el búfalo rompe el hechizo y te hace volver a poner los pies en la tierra.
Alaska, la última frontera…
En el último tramo del Yukón la carretera está devastada: grava suelta, lodo, baches, carriles disparejos. Estas son las consecuencias del clima hostil que impera durante la mayor parte del año. No hay esfuerzo humano que pueda mantener en buen estado el pavimento. Además, por su ubicación remota, no hay servicios de emergencia (911). Aquí es donde más se agradece la confiabilidad en la BMW F800GS y en las Metzeler Tourance Next; con otra combinación de moto y llantas las cosas habrían sido mucho más difíciles.
Al cruzar la frontera con Alaska dejó de llover y salió el sol, el paisaje se hizo aun más bello y luminoso. Sobre nosotros dos águilas volaban, inspirando nuestro anhelo de seguir buscando la libertad.

Texto: Ernesto Acevedo
Fotos: Carlos Bustamante
Motoquest para Inedesca S.A. de C.V.

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